CARLOS JOBANI
Barcelona-1989
Podría empezar diciendo que siempre me ha
gustado escribir. Si bien sería bastante acertado –y tópico—, lo cierto es que
mis primeras expresiones artísticas fueron plásticas. De pequeño contaba mis
historias mediante dibujos y, más tarde, a través de viñetas. Luego me interesé
por la narración puramente abstracta construida con palabras y sin imágenes, y
descubrí que podía ser incluso más vívida que la constituida por imágenes. Si
bien, con seis o siete años, gané el certamen literario de mi escuela –hazaña
que no se volvió a repetir en ninguno de los siguientes años de infancia y
adolescencia—, mi desarrollo académico estaba centrado en lo gráfico: mis
dibujos eran de sobras conocidos en el instituto y nunca dudé que quería
estudiar Bellas Artes. La literatura era una actividad que pertenecía
estrictamente a mi intimidad, en raras ocasiones compartida. Fue a los
dieciocho años cuando, tras muchos escritos y aventuras, terminé un proyecto
con el que me había estado entreteniendo y el cuál había disfrutado enormemente.
Cuando tuve el manuscrito terminado, me di cuenta de que aquello era una novela
con todas las de la ley, y las pocas personas que lo leyeron parecieron
encontrar calidad en aquellos parágrafos. Fue entonces cuando supe que quería dedicarme
a la escritura.
Me
puse manos a la obra con otro proyecto, una novela que sería merecedora de ser
tenida en cuenta tanto por editores como por lectores. Tardé un año en escribir
“Elberg”. Sin embargo, pese a tener
la novela lista y pulida, mis contactos con el mundo editorial eran nulos. Ni
familiares, ni amigos, ni siquiera conocidos podían informarme de su
funcionamiento y mucho menos ponerme en contacto con él. Así que tuve que
buscarme la vida. Poco a poco, hice contactos, hablé con editoriales y con agentes.
Mi mejor decisión fue apuntarme a un curso de novela, tanto con la intención de
aprender como de conocer a otras personas que estuvieran interesadas en el
mundo profesional de la literatura. Y fue entre esas personas donde conocí a
Página Tres, aunque aún estaban lejos de fundar la agencia. Pasé un año
acudiendo cada viernes a las clases y perfeccionando la novela, pero al término
seguía sin el compromiso de ningún editor –es difícil que le presten atención
alguna a un escritor novel que llama a su puerta con lo puesto, especialmente
si es joven —.
Tal
vez fuera una de esas casualidades de la vida; más bien un cúmulo de ellas. Al
año siguiente me invitaron a una conferencia en la academia de escritura: un
agente literario iba a hablar del mundo editorial. Resultó que ese agente era Joan Bruna,
a quien yo había mandado mi manuscrito tiempo atrás y que, justo la semana
anterior, me había comunicado muy amablemente que no podían representarme, debido a que la agencia de Sandra Bruna no podía hacerse cargo de más autores.
Cuando acabó la conferencia me presenté y me dijo que mi novela, pese a su
decisión, le había gustado mucho. Sus palabras debieron ser sinceras, pues esa
misma noche, de algún modo, les habló de mí a los miembros de Página Tres.
Interesados, me pidieron la novela y decidieron apostar por mí.
Han
pasado varios años desde que me propusiera poner mi novela en las estanterías.
He dado muchas vueltas, muchas en vano, algunas fructíferas. Ahora puedo decir
que, gracias a Página Tres, ya tengo un pie en el mundo profesional como
escritor. Y, con suerte, dentro de algún tiempo podré decir con orgullo: soy un
autor con todas las de la ley.
Un saludo,
Carlos Jobani
He de decir que Carlos nos hizo pasar momentos muy divertidos en aquellas primeras lecturas de esa novela que cada vez es más realidad.
ResponderEliminarLluc Berga, el profesor de novela, estaba entusiasmado con él y siempre decía: Aquet nen escriu molt be. (Este chico escribe muy bien). Por aquel entonces Carlos sólo tenía aún no había cumplido los veinte y ya nos dejó sorprendidos a más de uno.
¡suerte Carlos!
ResponderEliminar¡Carlos, mucha fuerza! Estoy seguro de que lo conseguirás.
ResponderEliminarNice post.
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