Una camiseta decía: “libertad total” y la
música de rock nos aceleraba a unos con otros. Village People, Rolling Stones,
Madonna y Deep Purple nos obligaban a salir a la acera y al asfalto a bailar -con el tráfico detenido quien sabe dónde- levantando los brazos, agitando las
manos, moviendo las piernas y sonriendo a cualquiera de nuestro lado.
Chalecos
y pantalones de cuero, chupas negras, botas de media caña y gruesas trenzas
rubias sobre los hombros de las mujeres Harley Davidson habían detenido el
tiempo en ese poblado del sur de Francia. El alboroto no sonaba a pasado sino a
presente, un ahora hecho de personas que se han resistido a ser comidas por el
Sistema que todo lo devora.
Un “NO” con mayúsculas como respuesta a un control
excesivo y a una legislación agobiante. Un “NO”, hecho de alegría, de felicidad
y de insolencia. Un puñetazo en el estómago que empuja a los mequetrefes a los
infiernos.
La camiseta decía: “libertad total” y, nosotros, como escritores
deberíamos defenderla a todas horas. La libertad es nuestra, no dejemos que tan
sólo nos permitan usarla de cinco a seis, los días pares, con la luz encendida
y siempre que no chillemos demasiado.
Fernando Riquelme y Piluca Vega